jueves, 22 de diciembre de 2011
Arte, museo y realización
martes, 6 de diciembre de 2011
Manifiesto: Un movimiento sin acción y una acción sin movimiento
"El nuevo esnobismo es llevar prendas baratas" (Karl Lagerfield, diseñador)
I. No sólo el mundo se halla en una vital encrucijada. La izquierda y el movimiento revolucionario también se hallan en ese cruce de caminos, en una desigual batalla ante la que principios y tesis que se decían inmutables merecen ser revisados. Más allá de la ortodoxia que corroe a la izquierda como enfermedad endémica- "la vida es arderse con las preguntas" (A.Artaud)- hoy, más que nunca, parecen no existir las preguntas y la crítica habita en casi cualquier lugar menos en las conversaciones de aquellos que luchan por la destrucción de la sociedad de clases.Así, se crea un lenguaje cerrado, una comunicación que considera a la Historia como algo monolítico. Estamos llamados, entonces, a la derrota segura.
¿Ha abandonado la acción al movimiento o es el movimiento el que carece de acción? ¿Qué está ofreciendo esa "revolución permanente"? El atractivo de la autocomplacencia y una actitud que, como un caballo de Troya, no desea sumergirse en territorios alejados de la seguridad que proporciona el gueto. Cotidiana y silenciosamente, el decisivo asunto de la perspectiva se convierte en batalla perdida y, entonces, surge la miseria; esto es, la adoración por el espectáculo y la representación que el mundo moderno sitúa al revolucionario. Todo se torna predecible, radiable, política comercialmente dura pero que la mercancía no rechaza; al contrario, la digiere porque los utopistas disciplinados venden la felicidad que, fraccionadamente, otorga la democracia. Es la ilusión de la ciudad feliz, de los territorios imaginarios, un regalo para la imaginación y la ciudadanía rebelde. Este cadáver adquiere la forma de macroespectáculo que, no pocas veces, se materializa en violencia y rudeza. En no pocas ocasiones los derrotados optan por la adoración del misticismo del fuego y la violencia, mientras los izquierdistas desean mantener como sea su margen de movimientos ya dentro del precipicio. Estamos llamando a la lucha revolución porque deseamos algo más profundo y, por lo tanto, tan radical que dé lugar a crear una actitud éticamente inquebrantable, un punto sin retorno posible.
"Mientras el hombre orienta su interés al pasado o al futuro, ambos cristalizan en un ser ajeno a él. Sólo cuando el hombre consigue percibir el presente como devenir y reconoce en él las tendencias con cuya contraposición dialéctica él mismo es capaz de producir el futuro, sólo entonces el presente, el presente como devenir, se convierte en el presente suyo" Lukacs
II. Generalmente, la impotencia por cambiar el mundo, en sus aspectos internos y externos, provoca opciones desesperadas porque el conocimiento resulta tan doloroso y excesivo que supera ampliamente nuestra capacidad de asimilar, de comprender, de diseñar planes a medio y largo plazo sin abandonar la idea de "o todo o nada". Al igual que una enfermedad que corroe los huesos, el revolucionario sufre la progresiva perdida de perspectiva que, en último estadio, deviene en la ceguera absoluta más allá de su propia acción que se le aparece como inimaginablemente criticable. Pretender encerrar la comprensión del mundo en un esquema de palabras que, por avatares de la historia (el resultado del enfrentamiento entre fuerzas opuestas), se ha convertido en "ideología" supone comprometer la libertad a favor de una nueva religión que posee sus propias reglas. El enfrentamiento, cotidianamente apasionado, requiere revolucionarse a sí mismo. Este punto de vista degenera en un corsé a medida que proporciona seguridad pero ausencia de riesgos. El papel de la historia exige que comprendamos qué es, en sí misma, la Historia. Considerando a ésta como la captura del pasado y la interpretación que, de éste, realizan las fuerzas dominadoras no podemos hacer otra cosa que desconfiar de esa misma Historia, toda vez que es un instrumento según el cual se reedifica la realidad de las cosas. Es la percepción de que la Historia nos precipita al vacío. A pesar de que la economía hace a los hombres, la economía no domina la historia. Actualmente, no existe un histórico papel para la clase trabajadora ni para los "radicales victorianos", es decir, los estudiantes y las fuerzas intelectuales (tradicional grupo social protagonista de buena parte de los momentos pre/revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX) y resultará complicado que, si no cambian las cosas en su esencia, en un buen puñado de años podamos ver ejemplos como el de los japoneses Zengakuren y los trabajadores, ambos unidos y enfrentándose a su gobierno. Los proletarios no sólo no dominan los medios de producción sino que no son dueños de sí mismos, de su presente, no son dueños de la Historia porque la Historia los posee a ellos. Empezamos, entonces, a comprender como escapar de este lío. En parte somos "el espectro de una humanidad sin memoria" (T. Adorno). Somos como dos amantes que, dolorosamente, comprenden que resulta imposible convivir juntos y trazar un plan de vida. A pesar de compartir experiencias se percibe aquello que debe suceder: la ruptura radical. Luchamos contra todos los elementos, incluso contra nosotros mismos, contra nuestra misma desposesión.
III. El problema no es tener la razón sino formular las preguntas adecuadas. Invocamos la libertad pero vivimos bajo un metódico orden consentido por nosotros mismos. Hemos asimilado el papel que a los activistas ha reservado la Historia: espectáculo, contemplación, gestos radicalmente duros pero escasamente efectivos, el triunfo del imperio de lo visual sobre las ideas. Somos fieles a ese estilo de vida que niega las preguntas ocupando nuestro sitio según el rol y la pauta impuesta por ese orden. En el fondo, deseamos continuar recibiendo adulaciones y juzgando al resto del mundo que recela de nuestras ideas porque -decimos- representan "la burguesía". La diferencia, en tantas ocasiones, no deja de ser un problema de lenguaje. En este orden de cosas, nuestro carácter permanece tranquilo, obediente, no desea una revolución porque habría que romper con nosotros mismos y lo que la Historia ha hecho de nosotros, habría que revolucionar la ideología y revolucionarnos por completo. Por eso esas revoluciones son engañosas, enfermizas…llaman a la revuelta y al ludismo pero siguen creyendo en orden, propiedades y leyes.
IV. Se trata de una lucha contra la nueva teología porque "el juego es la destrucción de lo sagrado" (sección inglesa de la IS), pero ¿qué es sagrado en un ambiente tan cargado y que intenta parecer recto y riguroso cuando no lo es en absoluto? La reacción, entonces, no puede ser otra: el de la crítica total, la rebelión constructiva, las preguntas sin respuestas…cualquier doctrina merece preguntas. Queremos jugar, acaso quemarnos, si es el caso, pero jugar con decisión todas las cartas. El revolucionario debe aspirar a mantener siempre los puntos de vista abiertos, la atención puesta en que todo movimiento que se torna en aséptico, predecible, caricaturesco, se edifica contra sí mismo. La revolución se ausenta y el conservador que se dice revolucionario se hace con la definición de todo aquello que en su día aparecía vivo e insolente. El resto pierde reflejos. Así, los ideólogos del movimiento que son capaces de anunciar y difundir manifiestas mentiras se tornan en gerifaltes y coroneles sin ejércitos. Lo residual se autodefine como vanguardia ("El primer grado de locura consiste en creerse uno sabio" (Franklin).
"La cosificación es la realidad inmediata necesaria para todo hombre que viva en el capitalismo" Lukacs.
V. Esa desposesión ya existente enraíza con la idea de la conciencia y la toma de ésta. Siguiendo a Lukacs, los proletarios no son revolucionarios porque primero han de ser conscientes de lo que son y es fundamental "la toma de conciencia del sentido inmanente que tienen esas contradicciones". Esas contradicciones asumen la apariencia del mercado y el trabajo, la educación, la sexualidad y los géneros, el arte, etc. La revolución tiene que ver con el asumir un permanente estado crítico reflejado en lo cotidiano. El "autoconocimiento" de los hombres y mujeres está en las antípodas de los libros y manuales de autoayuda -auténtico desperdicio superlativo de hombres y mujeres perdidos producidos para su perdida- sino que está íntimamente ligado a la misma transformación del mundo, es su esencia. El proceso de descomposición se encuentra en tal grado de culminación que la revolución, tal y como la entendemos, debe ser reinventada (IS) porque "la superación será general, unitaria" (Raoul Vaneigem) o no será. Pasión o barbarie!
*Manifiesto distribuido en el II Encuentro del Libro Anarquista celebrado en Madrid los días 3,4 y 5 de diciembre de 2004