viernes, 7 de octubre de 2011

Urbanismo y recuperación del espacio


Si la crítica a la industria del ocio se relaciona directamente con la crítica de la gestión y apropiación del tiempo, la crítica del espacio incumbe, también, la crítica de la ciudad. Es la ciudad el modelo social de vida en común, el modo en el que nace la propia idea de comunidad en sentido moderno. La ciudad nació sólo como la necesidad de acercar a los trabajadores a su puesto de trabajo. Allí donde está la economía en desarrollo, ya comienza el proyecto de ciudad. La ligadura entre lo económico y lo urbano es totalmente dependiente. Por ello, el espacio de la ciudad es el lugar en el que el individuo trabaja, fundamentalmente. Aquello que se sitúa entre su puesto de trabajo y su vivienda es accesorio para él, en cuanto que es el trabajo el motivo principal de vivir en esa ciudad y no en otra. Que en el centro de lo social se sitúe el trabajo asalariado implica automáticamente la concepción paralela de la gestión del espacio necesario a su servicio.
La ciudad no se ha hecho para la vida, es decir, para la realización del propio individuo, sino para el trabajo asalariado que no realiza, sino esclaviza. En la sociedad de la administración total, parece que ocurre por casualidad. Los elementos de una ciudad, como calles, edificios, plazas, parques, etc., se distribuyen de una forma planificada. Dicha planificación responde a lo que necesita el trabajador asalariado, como figura social general, para poder concentrarse principalmente en su cometido. El parque es el lugar en el que, en su tiempo libre, pueda el trabajador disfrutar de su familia. Pero como el trabajador no es completo en su tiempo libre si no consume, se sitúan restaurantes, tiendas, etc., en dichos parques. Así la actividad podrá satisfacer de modo completo. Las calles serán más estrechas en cuanto el suelo que se necesite para vivienda sea más escaso, y, por tanto, más deseado. Además, el lugar por el que el trabajador camina se va reduciendo paulatinamente para dar prioridad a los modos de transporte que sean más rápidos, empezando por los coches. Sólo con las nuevas zonas peatonales, el peatón se convierte en el rey, pero con una trampa: las zonas peatonales coinciden con las zonas de mayor actividad comercial. El peatón sólo cobra importancia cuando se convierte en consumidor.
Todo apunta a que la calle, la ciudad entera, deja el espacio mínimo, cada vez más mínimo, a la actividad de tiempo libre del trabajador. Una calle sin actividad comercial está muerte sólo desde la perspectiva de que la vida se realiza, en todo o en parte, a través del consumo. Es también de destacar el proceso de mercantilización de los servicios básicos que una ciudad debería ofrecer. Hoy el caso más flagrante en el Estado español es el de la vivienda. Cada vez más el derecho a la vivienda digna se convierte en el delito de reclamarlo. No es el aumento poblacional la causa de la falta de vivienda. Sólo desde la lógica que ve el suelo, sea urbanizable o no, como el nuevo negocio privilegiado, es posible entender la crisis de la obtención o realización de un derecho, cuya solución pasaría por borrar de un plumazo la urgencia que obliga a cada cual a sacar beneficio, incluso, de las piedras mismas.

Extraído de La Felguera, núm. 12; pág. 4.

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