La circulación en el laberinto
Sabíamos que en nuestra lucha contra lo permitido íbamos a perder.
Está permitido que nuestro gobierno lubrique la industria armamentística, que ocupe un país y bombardee a la población. Está permitido que los coches atesten las calles, que emitan gases tóxicos en nuestro ambiente y que consuman petróleo mezclado con sangre. Está permitida la Alta Velocidad, la construcción de centrales térmicas y que el usuario pueda llegar veinte minutos antes a su destino. Está permitido que los trabajadores vendan su obediencia por dinero, que los empresarios decidan cuándo prescindir de los servicios obreros y que la juventud se pudra en la burocracia del INEM para ingresar unos euros. Está permitido que los espectadores se diviertan con las vidas de los ricos contemplando magazines imprimidos o televisados, que deseen relacionarse con los que han alcanzado la fama y que aplaudan las estupideces de la última vedette del universo del corazón. Está permitido que los consumidores ignoren obstinadamente la procedencia de las mercancías que adquieren en un centro comercial, que disfruten como nihilistas satisfechos preocupados por la moda y que gocen de la muerte de un congoleño o de un indonesio materializada en un ordenador nuevo o en un modelo superior de Nokia. Está permitido que el ciudadano lector de periódicos se escandalice de las tragedias que azotan a la humanidad, que se lamente estúpidamente por ellas y simule un horror compungido. Está permitido que los policías sean los organizadores de la vida urbana, que se muestren chulos y desagradables y que castiguen duro a los insubordinados. Está permitido que las constructoras remodelen con criterios alienantes la arquitectura barrial, que especulen con el suelo y que destruyan las huertas, las parras, las colinas. Está permitido que los pisos sean demasiado caros para que alguien los habite, que los espabilados tengan varias viviendas y que los fracasados se hielen en la indigencia. Está permitido que los turistas viajen a cualquier lugar si poseen billetes, que se quejen de las malas infraestructuras en los países en vías de desarrollo y que miles de inmigrantes se dejen la vida huyendo de la miseria buscando un futuro más digno. Está permitido que seamos adictos al sexo, a la velocidad, a los espectáculos, a los psicofármacos y a las drogas. Está permitido que la luz eléctrica encierre el inmenso cielo repleto de estrellas, que nos haga olvidar la belleza de las sombras y despreciar la conciencia de la mortalidad. Está permitido que haya verjas en los campos de fútbol, que la gente acuda a partidos que no juega y que los chavales coleccionen e intercambien cromos Panini de ídolos que en pocos años se evaporarán.
Lo que no está permitido es usar espacios vacíos para la libre expresión política y cultural, buscar formas de organización autónomas a la burocracia municipal, confeccionar graffitis en paredes pintadas de un absurdo color blanco, organizar conciertos rapperpunks sin depender de negocios privados, indagar en la historia de los enemigos del sistema capitalista y en la de los insurrectos a cualquier forma de dominación, reunirse un nutrido grupo de gente para comer vegetariano sin necesidad de convertirse en emprendedores hosteleros o en clientes de refinado gusto, buscar aliados que cuestionen la felicidad y la comodidad, tener el propósito de desarrollar lo que habría de ser una normal reciprocidad comunicacativa en todo barrio. No está permitido ni fracasar demasiado tiempo en el intento de aprender a funcionar colectivamente entre singularidades y diferencias.
No nos quieren en este barrio que lleva el infame nombre de Yagüe. Somos pocos y nos iremos sin armar jaleo. Pero volveremos a dejarnos ver en algún otro edificio en desuso.
CSO Absenta
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