martes, 14 de julio de 2009

El síndrome del centro comercial (Enrin Saralee Snow)


Aparentemente, el objetivo de un centro comercial es poner a la disposición de los clientes algunos bienes que, de otro modo, serían difíciles de conseguir. Digo aparentemente no porque dude de que los centro comerciales cumplan este objetivo, sino porque éste no es su único propósito. Como suele pasar en las culturas occidentales e industrializadas con las innovaciones que supuestamente pretenden ser beneficiosas, hoy por hoy, las fuerzas de la manipulación han ganado la partida en el centro comercial.
Así, se ha invertido mucha energía y capacidad mental para crear "necesidades" en las mentes de millones de consumidores por medio de espacios cerrados que proporcionan un confort uterino, de los anuncios envolventes del hilo musical, las decoraciones prefabricadas de la temporada navideña y de otras fiestas que intenta reforzar el comportamiento consumista apelando a los sentimientos. De esta manera, se fomentan necesidades tan exageradamente absurdas que desorientan al consumidor, creando un extrañamiento que sólo puede beneficiar a la corriente general que nos lleva al desastre individual y colectivo.
Estas observaciones se basan en dos convicciones personales: una, que la vida se ha identificado hasta tal punto con el miedo a la aniquilación global que "la meta", la mera continuación de la vida, tiene que ser alcanzada con el máximo esfuerzo por la inmensa mayoría de las personas, ya que, o nos salvamos todos o no se salvará nadie; la segunda convicción es que la calidad de tal vida debe empaparse por completo del deseo de un tipo de experiencias que por sí solas mejoren la plenitud y el placer de la existencia. Estas experiencias son la libertad de la imaginación y la libertad para poner la imaginación individual a explorar el mundo interior y exterior sin el lastre de condicionamientos nefastos como la falta de dinero, la ignorancia, el sexismo la edad o la raza; y por último, el deseo y la capacidad para el amor que brotan de la magia de la propia identidad, una vez que se ha liberado de los prejuicios y las reglas de una cultura diseñada para mantenernos a todos en el círculo de trabajo-compro-muero. El presente artículo es un ataque contras las distracciones absurdas y peligrosas que el funcionamiento cotidiano de esta cultura ha introducido en nuestras vidas, distracciones que nos lleva cada vez más lejos de la meta fijada.
El centro comercial es un mundo en sí mismo. Los dueños de los negocios, tan innovadores y emprendedores ellos, lo han llenado de pasillos climatizados interminables con anuncios y estímulos anestesiantes. De esta manera, el confort inducido es como una droga cortada con algo que proporciona una tregua que se identifica temporalmente con la serenidad. El mundo de la mente y del espíritu queda en un segundo plano, y el cliente habitual del centro comercial se siente a salvo en una calculada atmósfera de lujo y abundancia. El decorado está diseñado para dar una impresión nostálgica, inofensiva y amable, lo que es evidentemente un intento consciente de rememorar una edad de oro similar a la de los años 50, al igual que algunos gobiernos reescriben la historia eliminando individuos de algunas fotografías. El clima de blanda seguridad ha llevado a que los empresarios de los centros comerciales se crean que pueden llegar hasta la negación total del mundo exterior.

El efecto acumulativo de las horas y los fines de semana en el centro comercial recuerda a la enfermedad de un adicto a los tranquilizantes, ya que la fuente de la insatisfacción y del malestar queda sin identificar. Puede que la gente se pasee frente a los escaparates deslumbrantes y las galerías impolutas sin que sus efectos perniciosos se manifiesten de forma inmediata, pero durante los meses y años siguientes las consecuencias terminan por salir a la luz: las casas, las vidas y los pensamientos se ven invadidos por objetos sin ningún valor ni interés, y el prestigio social que se asocia a la posesión de ciertos artículos se convierte en el objetivo de grupos enteros de personas. Aún es más revelador el fenómeno de sentimiento de vacío consustancial a la vida industrializada moderna, y que forma parte de lo que parece ser una verdadera indiferencia alérgica hacia todo lo que pueda existir fuera del centro comercial.

Durante más de tres décadas, mucha gente ha estado asustada por algún tipo de amenaza, anarquista, comunista o de otro tipo. Las imágenes mentales estereotipadas que acompañan a esta fantasía incluyen disturbios callejeros, ley marcial, tortura, muerte, etc. Pero cuando nuestras mentes están siendo anestesiadas por las maquinaciones de nuestro sistema económico frenético, desalmado y caótico, estas fantasías se convierten en otra distracción más que desvía nuestro pensamiento del peligro real. El márquetin moderno, combinado con otras influencias determinantes de nuestra cultura (la televisión, la combinación grotesca de represión, tedio y violencia mental que se da en la escuela, la crueldad espiritual de la religión), crean una hipnosis perfecta que sirve para volver obsoleta la antigua sed del ser humano por la individualidad y lo maravilloso. En efecto, ¿quién necesita tanques y ley marcial para mantener a la población a raya, cuando nadie va a quejarse por haber sido desposeído del derecho a tener o no tener lo que se supone que , por principio, no posee ningún atractivo?
Pero quizá el fenómeno más significativo del centro comercial se manifiesta entre las personas que más merodean por él: las mujeres y los adolescentes.
Las mujeres y los adolescentes tienen algo en común: los dos tienen un gran potencial de energía física y psíquica que es ampliamente desperdiciado. Los jóvenes no han perdido todavía el contacto con las experiencias visionarias de la infancia, mientras que las mujeres, en su naturaleza más íntima, aún no han olvidado que la vida es misteriosa y mágica. Ambos grupos han sido tradicionalmente marginados y mantenidos lo más posible en la ignorancia acerca de todo lo que deberían saber para sobrevivir por ellos mismos en el mundo. Los dos colectivos tienen que luchar por el derecho a controlar sus propios cuerpos y su sexualidad, que sufre la máxima explotación posible en aras del beneficio económico. Por último, tanto a unos como a otras se les intenta desposeer de su propio equilibrio interior, y de la conexión con una realidad más amplia y rica. En términos de márquetin profesional, ambos grupos tienen dianas pintadas en las espaldas.

No es sorprendentes que diversiones culturales como los culebrones, los centros comerciales y los tranquilizantes tengan gran atractivo para los miembro de estos grupos. Estas cosas proporcionan una pequeña tregua, por un corto espacio de tiempo.
Los adolescentes, atrapados entre las verdades de la infancia y el miedo al aburrimiento que en esta sociedad recibe el nombre de madurez, tienen un montón de energía y deseos reprimidos, pero muy pocos lugares interesantes donde poder volcarlos. El trauma que produce el contraste entre su deseo intuitivo y ese descorazonador cinismo que los adultos llaman "realidad" acíta como una espuela que les lleva a la rebelión. Por esta razón, la insurgencia de los adolescentes representa nada menos que un impulso instintivo por la supervivencia psicológica. Las mujeres se ven atrapadas de una manera similar por una desesperación compleja y ambigua. La consciencia de otra realidad choca con el desprecio y la falta de interés de los políticos, religiosos, publicistas, padres, esposos y jefes. Y a cambio del equilibrio interior que está siendo atacado a cada instante, se les ofrecen unas rebajas especiales. O una nueva "colección de modas", como remedio a la pérdida del sentimiento de conexión con el ciclo de la vida.

Independientemente de que acepten o no este sistema de valores destructivo, las personas que poseen una capacidad imaginativa, intuitiva y visionaria perturbadora suelen descubrir que la sociedad exige obediencia sin aceptar su poder visionario. Los poderes psíquicos de las mujeres y de los adolescentes son juzgados como despreciables, a pesar de que han sido precisamente la psicología y los valores agresivos y manipuladores de los poderosos, y no otros, los que han llevado al planeta a la situación en que se encuentra: a punto de explotar, convertido en una fulgurante bola de polvo. Por esta razón, cada vez es más difícil poder expresar una visión intuitiva de la realidad propia y original. Pero justo ahí, en el momento en que parece que el agotamiento emocional va a ganar la partida, aparecen las armas de la resistencia.

Nuestra cultura está vacía, y es hostil a la magia, al amor loco y a la aceptación de la intensidad creativa, pero las mujeres y los adolescentes conocen los arquetipos del mito y los sueños por su cercanía y atracción hacia estos otros mundos. Buscar refugio en peligrosos niveles de alcoholismo, tranquilizantes y centros comerciales no es forzosamente un signo de retraso mental. Al contrario, quizás sea la evidencia de una mentalidad desesperadad cercana al colapso. Y ahora, de una vez por todas, es este tipo de mentalidad, con su poder surreal latente, el que se necesita para cambiar la vida.
Pregunta: ¿cómo despertar a tiempo al mayor número de personas para que confíen en sí mismas?
Desde luego, no será el tradicional proselitismo ideológico el que logre liberar este potencial latente de las dramáticas desilusiones de la cultura cotidiana, ya que las mujeres y los adolescentes son los colectivos que más se resisten a dejarse convencer, disciplinar y dirigir por el militantismo clásico de los grupúsculos "radicales". ¿Y por qué no? ¿quién saca más provecho de ello?
Bien, nosotros, que tenemos más imaginación que dinero, más espíritu que "corrección política", seguimos teniendo algunos ases en la manga. Seguimos teniendo a nuestra disposición algunas modalidades de acción directa y de sabotaje, así como nuestra propia combinación cultural de música, arte, graffiti y teatro, sin olvidarnos de nuestras pequeñas publicaciones. Ahora que en algunos sitios se ha ilegalizado la libertad de expresión y de reunión en los centro comerciales con el pretexto de que son propiedad privada y no pública, debemos diseñar nuevas tácticas de combate: distribución de mensajes especiales de poesía y revuelta, por ejemplo en los bolsillos de la ropa de diseño; octavillas pidiendo ideas a los compradores para cambiar la vida en los centros comerciales; botones, bocadillos de cómic y pegatinas con proclamas subversivas ("¡no lo sueñes, hazlo!"); la contrapublicidad con la alteración clandestina de los anuncios; los golpes de humor inesperados, los actos provocadores de todo tipo...¡las posibilidades son infinitas!
Cualquiera que intente actuar contra la influencia y la seducción de las distracciones funestas de la cultura, deberá competir con el desahogo que estas cosas aparentan ofrecer. Debemos llamar a la imaginación y a la rebeldía de aquellos que son más vulnerables ante este desahogo. Bromas políticas, sabotajes y toda forma de acción poética pueden servir como palanca para elevar los espíritus decaídos y para estimular la súbita disconformidad e insatisfacción ante la trivialidad horrorosa que ofrece el centro comercial. Las mentes que más necesitamos para librar el combate por la supervivencia -un combate que ya no es solamente físico sino también psíquico- son precisamente aquellas mentes que se encuentran más sedadas por la negación, el aburrimiento y la indiferencia. Es de la liberación de estas mentas de las que depende el futuro de todos nosotros.

Enrin Saralee Snow (extraído de "¿Qué hay de nuevo viejo? Textos y declaraciones del Movimiento Surrealista de EEUU"

1 comentario:

  1. El Erosky queda cerca de mi casa, cuando vamos Lio y preparamos esa hoguerita?

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